Es nuestra responsabilidad educar a nuestros hijos en una competitividad sana, donde seamos capaces de premiar el esfuerzo, el buen juego en el partido y no el resultado.
Competir es bueno, siempre que entienda que con quien compito
es conmigo mismo. No me comparo con los demás. Me comparo conmigo, y fruto de
esta comparación valoro mi progreso y mi crecimiento. En esta idea de
competición no hay adversario, y no me preocupa el resultado, sino dar lo mejor
de mí.
Llegamos
a este mundo con unas características personales (biológicas, genéticas) y en
unos contextos sociales (familiares, educativos, económicos, políticos) de los
que no somos responsables, A pesar del enorme condicionante que esas
circunstancias implican, es indudable que a lo largo de nuestra vida, con
nuestro propio esfuerzo y con nuestras múltiples elecciones, conquistamos libre y responsablemente nuestra
personalidad moral. En definitiva, nos vamos haciendo mejores o peores
personas. Si bien es cierto que el sentido o intención de progreso, de mejora, de búsqueda de perfeccionamiento, no es
patrimonio exclusivo de ninguna actividad humana específica, no lo es menos que
el deporte. El deporte representa en sí mismo un paso adelante en este
proceso civilizador porque en él no se valora a las personas por factores
fortuitos o azarosos, sino que se reconoce el mérito aquí y ahora, es decir en
el momento de la competición.
El deporte, juego
competitivo, configura, con sus victorias y derrotas, una especie de
representación micro cósmica de la sociedad. Pero con una gran diferencia, en
el deporte estas consecuencias no son
trágicas como en otras esferas de la vida. De ahí que para niños
y niñas las experiencias deportivas conlleven, gracias a las sanas jerarquías y
enriquecedoras diferencias que se fomentan con su práctica, un alto valor
educativo y un verdadero aprendizaje para la vida.
Los niños pueden adquirir: en la victoria, seguridad en sí mismos, autoafirmación, modestia
y generosidad con los derrotados; y en
la derrota, un sano hábito de aceptar frustraciones y búsqueda de nuevos
recursos personales para la superación. El deporte además puede favorecer la
amistad, el compañerismo, la sociabilidad, el trabajo en equipo, y también
puede ayudar a aceptar las reglas, a obedecer a la autoridad (árbitro, juez), y
a comprender el sentido de la justicia.
En la búsqueda de la
excelencia deportiva es indudable que la competición
juega un papel primordial como medio idóneo para lograr el máximo valor ético del
deporte, alcanzar la propia excelencia. Compitiendo, midiéndome con los
mejores adversarios, es cuando me veo obligado a esforzarme al máximo para
sacar lo mejor de mi mismo. Ese es el verdadero valor ético de la competición
deportiva, “jugar cada partido mejor que
el anterior. Jugar bien, ese es el triunfo verdadero”.
La sana
competitividad es la que nos lleva a esforzarnos, a dar lo mejor de nosotros
mismos, a progresar, a buscar nuevas estrategias para superarnos, a descubrir y
aprender de nuestros errores y a buscar nuevas soluciones para mejorar. Sin
ella no progresaríamos.
Violeta
contacto: deporteconpuntosycomas@gmail.com
twitter: campos_violeta
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